martes, 5 de julio de 2011

ASESINATO EN FLORENCIA. UN EXTRAÑO CRIMEN, DIFÍCIL DE ESCLARECER.

           
        
        Sentía fascinación por el singular cuadro      situado en el salón, junto al ventanal. Un antiguo óleo heredado de mi bisabuelo materno. El lienzo, de generosas dimensiones (2 X 1 metro), representaba una cena en el interior de un castillo del medievo.      Y frente a frente, en aquella alargada mesa
repleta de exquisitos y copiosos manjares, se encontraba el Gran Duque de Florencia, Cosme I de Médicis, y su mujer Leonor, Duquesa de Toscana. Ambos parecían estar
separados por un abismo. Cuatro servidores, cual marmóreas esculturas, observaban impasibles a sus amos.
        La espaciosa estancia, iluminada por enormes antorchas y candelabros con velas rojas, mostraba todo el esplendor y riqueza de los Médicis. Un sumiso lebrel, aguardaba
pacientemente recostado a los pies de su amo.


        Era habitual, el que me pasase horas enteras mirando a los personajes.
Haciéndolo, me sentía transportado a la Edad Media, imaginándome cómo sería la vida en el interior de un castillo medieval.



        ¡No era posible! ¡Debía estar soñando! ¡En el cuadro faltaba la Duquesa! ¡Había desaparecido! Acerqué mis dedos hasta el lienzo. ¡Era auténtico! Notaba la rugosidad y las distintas capas de pintura, Fue entonces, cuando realmente comencé a preocuparme...



       Al cabo de tres horas volví a mirar el cuadro. De nuevo aparecía la Duquesa sentada frente a su marido. Y pensé,
que lo observado anteriormente, podría ser fruto de mi imaginación.


       

         Esa noche me acosté más tarde de lo habitual. Estaba nervioso. No podía conciliar el sueño. Cuando finalmente lo logré, una voz de mujer me despertó: "Necesito ayuda, soy la Duquesa Leonor. Mi esposo amenaza con matarme. Socorredme".
       Abrí los ojos como platos. Lo que vi me dejó atónito. Sobre la mesita de noche, de pie, estaba la Duquesa. Su altura no
sobrepasaba los 40 centímetros. Vestía lógicamente el atuendo de la época. El pelo, recogido bajo una tiara de oro, resaltaba aún más su belleza. ¡Era la misma del cuadro! Me miraba fijamente, llorando sin cesar. Continuó pidiéndome ayuda. Me explicó que su marido deseaba matarla porque se
había enamorado de su prima Catalina de Médicis (reina de Francia). 
      La secreta ambición de Cosme no tenía límites. Ya que una vez desaparecida Leonor, intentaría el Duque influir sobre Catalina, para así doblegar en su provecho 
la voluntad de los franceses.


       Toqué sus vestiduras. ¡Eran auténticas! No estaba soñando. Más aquello no podía contárselo a nadie. No me creerían. Le dije no saber cómo ayudarle. Me insinuó que
borrase del cuadro a su marido. Y estuve tentado de hacerlo con un algodón empapado en aguarrás. Pero decidí que esa
no era la mejor solución, ya que estropearía sin remedio una obra tan valiosa y querida por mi.


       Y convirtiéndome en cómplice de una situación de locos, convencí finalmente a la Duquesa de que volviese al castillo junto a 
su marido.       
       Al día siguiente, la disposición de los personajes del cuadro había vuelto a la normalidad. Durante la jornada, observé repetidas veces el lienzo. Todo seguía igual, sin cambios. Nada estaba fuera del lugar que le correspondía.

        Me acosté temprano, y enseguida pude conciliar el sueño.
Pero en mitad de la noche, un grito aterrador me despertó. Era un grito de mujer. Salté de la cama como movido por un resorte. Me dirigí hasta el cuadro. Noté un charco de sangre bajo el mismo. Alcé la vista hasta el lienzo. La Duquesa yacía tendida en el suelo, junto a la mesa del banquete. Y una enorme
daga le atravesaba el pecho. De la escena, había desaparecido el Duque. Me dispuse a limpiar la mancha de sangre. Estaba angustiado y sin saber qué hacer. Pensé por
un momento en destruir el cuadro, pero me sentía culpable.
En él, estaba la difunta Duquesa Leonor, a la que la noche anterior le había negado mi ayuda.


        Pasé gran parte del día ojeando manuscritos medievales.
Esperaba encontrar algún indicio que pudiese arrojar luz sobre tan inexplicable suceso. Esa noche, mi habitación aparecía
repleta de libros antiguos y códices Me escocían los ojos de tanto leer y leer. Y el sueño se apoderó finalmente de mi...


       Al despuntar la mañana, tenues rayos de sol se filtraban hasta el dosel de la cama, iluminando a su vez la pequeña mesita junto a la cabecera. Reparé en un pergamino con
escritura azulada, a cuyo pie se hallaba un sello de lacre rojo.
Mi enorme curiosidad me impulsó a leerlo con premura. Decía lo siguiente: "Has sido testigo de un crimen  ocurrido en el
castillo. Eso no puedo permitirlo. No me gusta dejar cabos sueltos... El próximo 
serás tú".


        Un sudor frío recorrió todo mi cuerpo. ¿Me estaba volviendo loco? Corrí hasta el fatídico cuadro, y lo que pude contemplar aún me horrorizó más. El cuerpo de la Duquesa había desaparecido. Y el Duque, sonriente, sentado a la mesa, hacía gala de todo su poderío...  Frente a él, su prima Catalina, mostraba también una maliciosa sonrisa de complicidad.


 




        Autor: Antonio Jesús Ballesteros Izquierdo
        © Todos los derechos reservados.

      

2 comentarios:

  1. Misterios desplegado en esta escritura, muy buena imaginacion y bellisima historia contada con el más alto nivel amigo ¡muy buena

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  2. La humanidad sueña por medio de los poetas. Christian Friedrich Hebbel

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